Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

sábado, 27 de febrero de 2016

La ciudad de los gatos (3)

El taxi les dejó en el 123 del paseo del Roble. Se encontraron con unas rejas roñosas entre muros forrados de enredaderas.
- Parece abandonado -  dijo Elvira.
- ¡Qué guai, será una casa encantada!
- Esperemos que no.
Abrieron la puerta enrejada, y cargando las maletas, recorrieron un camino estrecho entre robles hasta un caserón de aspecto descuidado y recio.
- ¡Seguro que está llena de horribles espíritus esperando la hora de su venganza!
- ¡Rosa, ya vale!, ¡es sólo una casa vieja, nada más!
Aparte del polvo y olor a humedad, se encontraba en buen estado. La decoración, antigua, denotaba buen gusto, y el orden predominaba en todas las habitaciones.
Los primeros días fueron para Elvira como unas vacaciones, no tenía que andar corriendo todo el día de aquí para allá, con el reloj constantemente en la cabeza, tenía las 24 horas para organizarse a su manera. También fue consciente de la enorme cantidad de trabajo que le llevaría el mantenimiento de la finca.
Madre e hija disfrutaban de su compañía, cuando la niña no estaba en el colegio, pero no duró mucho, Elvira pronto empezó a encontrar tareas urgentes a realizar en la finca que les impedía estar juntas.

Se despertó sudando, con el corazón golpeándole el pecho con violencia. De nuevo aquella pesadilla: El camión, el coche que derrapa, las vueltas hasta chocar, el rostro ensangrentado de su marido, ella embarazada atrapada entre los hierros,....................... Encendió un cigarro e intentó calmarse.
"Tendría que hacerla más caso..............me recuerda tanto a él.............." - pensaba.

Elvira se encontraba limpiando las escaleras que daban al porche de la casa, cuando escuchó como alguien silbaba en el jardín. Llegaba de detrás de las hortensias, fue hacia allí.
- ¿Elvira?
Dio varios pasos hacia atrás, al ver a un hombre barbudo que cortaba los arbustos con grandes tijeras. Se fijó en las gotas de sudor que corrían desde su cuello hasta el vello de su pecho.
- Tranquila, soy Román, el jardinero - a Elvira le parecía una aparición - suelo pasarme por aquí para cuidar el jardín.
- Si, si, perdona............no me habían avisado.
Román le ofreció su mano. Elvira la agarró sin dejar de mirarle a los ojos. Un escalofría recorrió todo su cuerpo, su entrepierna ardía.

Rosa no se aburría en la finca, siempre encontraba algún lugar inhóspito para inspeccionar. En una de sus expediciones, encontró un invernadero de cristal, escondido prácticamente entre la maleza. La puerta estaba abierta, y la iluminación funcionaba. Dentro, las malas hierbas invadían pasillos, rincones y jardineras donde enormes plantas formaban una enmarañada y frondosa jungla que impedía el paso de los rayos de sol. Fascinada, caminó entre los estrechos pasillos con la sensación de que numerosos ojos le observaban entre la vegetación. Se volvió de repente, para intentar sorprender a sus observadores, y el ruido del follaje, le percató de que no estaba sola.
- ¿Quien anda ahí? -gritó asustada.
Se acercó despacio hasta el ficus, tembloroso todavía, y apartó sus grandes hojas. Detrás descubrió como una plaza con un pozo en medio, y rodeándolo, unos escalones circulares ¡repletos de gatos! Algunos se le quedaron mirando fijamente, otros se lamían las patas o se estiraban. Se sentó en el suelo; un gordo gato atigresado, con una cicatriz que le surcaba un ojo, se le acercó desconfiado, y le olisqueó. Rosa no se movió, estaba impresionada,. sentía como que había violado un lugar secreto. El gato atigresado se alejó, y el resto también perdió su interés por ella. Ya más tranquila, respiró hondo y observó intentando pasar desapercibida. Unos se peleaban, otros olisqueaban el suelo siguiendo algún rastro, y entonces le vio: Era Lili, que saliendo de su bolsillo, donde siempre le llevaba en sus excursiones, movía curiosa sus bigotes en el aire. Se levantó apresuradamente.
- ¡Lili!, ¡ven aquí!, ¡Qué haces!
No le dio tiempo a más, un gato gris se abalanzó sobre el hamster. Lo último que vio de Lili fue su colita balanceándose entre los colmillos del gato.

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