Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Los 3 reyes

El avión presidencial volaba sobre las aguas del Pacífico rumbo al aeropuerto de Loiu, en Bilbao. Andrea, la presidenta, no podía dormir, a pesar de que el asiento que ocupaba estaba reclinado hasta una posición practicamente horizontal. De hecho, llevaba sin dormir desde que recibió aquel mensaje de amistad en facebook. Era de Selene Costas, y en la fotografía de su muro, se veía una preciosa niña de pelo negro, largo con una sonrisa calcada a la suya.
En cuanto vio la foto se echó a llorar, era tal como se había imaginado que sería la hija que durante 6 meses se fue gestando en su vientre, y que aquel desgraciado accidente malogró. Incluso el nombre era el que había elegido para ella.

Le había visto en sueños, como las otras revelaciones divinas que había tenido durante su vida: El niño estaba en brazos de su madre, y estaba llorando.
Al despertar, Amir tuvo la certeza de donde se hallaba. Dejó sus asuntos religiosos en manos de los sumos sacerdotes, y se dirigió hacia allí.

Era ella, estaba completamente seguro: La única mujer que había amado en toda su vida, antes de convertirse en el joven empresario más rico del mundo, tras haber creado la aplicación informática que revolucionó internet.
En el reportaje de televisión que vio David, era una inmigrante ilegal embarazada que había sido rescatada de una patera junto a 38 más. Estaba demacrada, y con la mirada perdida, pero su corazón no tenía la menor duda.

El chófer condujo a Andrea hasta el  centro de acogida de inmigrantes de Bilbao. La presidente, haciendo valer su posición, se entrevistó con el director del lugar.
- Estoy buscando a Selene Costas, según mis informaciones se encuentra internada aquí.
- Si, así es, vino en una patera que interceptaron las fuerzas de seguridad. Estamos investigando su situación, pero en estos momentos se encuentra en el hospital de Cruces.
- ¿Está enferma?
- No, está a punto de dar a luz. Cual será el grado de desesperación de estas personas, que arriesgan sus vidas y las de sus hijos por salir de sus países.
- Si -asintió la presidenta- gracias por la información - le dijo levantándose y dándole la mano.

Andrea, Amir y david se encontraron en una abigarrada sala de urgencias, entre ancianos postrados en camillas, jóvenes contusionados y niños llorando. La enfermera salió de la consulta y llamó a los 3. Les condujo hasta una habitación de hospital situada en el 2º piso. Era antigua, pero estaba limpia y bien iluminada.
- Aquí está - les dijo la enfermera - no pueden estar mucho tiempo, está agotada.
En la habitación había una mujer de unos 36 años con un niño en brazos al que acababa de dar a luz. A su lado, un hombre moreno le daba la mano mirándole con ternura. Los 3 se quedaron mirando al niño, y supieron porque estaban allí.
Eran las 12 y 20 minutos del 24 de diciembre.

viernes, 11 de diciembre de 2015

El circo

¡Y llegó el gran día!, durante toda la semana, un coche con un gran altavoz en el techo, había recorrido la ciudad anunciando la llegada ¡del único, el auténtico, El gran circo italiano! Desde que vi los grandes cartelones anunciándolo por todas partes, tuve una extraña sensación, como si me vigilaran.
Rubén y María, mis hijos, compraron grandes bolsas de palomitas con caramelo, y fuimos a la explanada donde habían plantado el circo. En la taquilla, una mujer de nacionalidad indefinida, me pidió 1 euro con aire ausente. Me sorprendió, porque las entradas costaban 14 euros, y yo le di 20; no tenía ningún sentido que me pidiera 1 euro. Estuve una temporada trabajando de cajero en un supermercado, y estas cosas se quedan. De todas formas, le di el euro, y empezó a preguntarme que si eran 2 entradas de adulto o 2 de niño, o al revés,..............., todo ello con el mismo aire ausente, como si no fuera con ella. Al final me cobró 1 euro de más. Al salir de la cola, escuché como de nuevo pedía 1 euro, al siguiente ingenuo.
Era un circo pequeño, no habría más de 7 u 8 artistas, que tanto picaban las entradas en la puerta, como vendían algodón de azúcar en el descanso, o se disfrazaban de spiderman para subirse a un trapecio. Desde luego no era como aquellos magníficos circos de 2 o 3 pistas que recordaba de mi niñez, con leones, elefantes, caballos montados por preciosas coristas, una gran orquesta,.........
Los tiempos han cambiado, pero su espíritu de picaresca y supervivencia, parece que no.
Las actuaciones sucedían a buen ritmo y con profesionalidad, manteniendo la atención del escaso centenar de personas que asistíamos a la función. Eran los números de siempre, pero puestos al día: Rayos láser, superhéroes, música rap,..........
Los niños lo pasaban en grande, mientras los adultos pasábamos el tiempo, móvil en mano.
Yo seguía inquieto, mirando hacia la parte más alta, donde la lona en forma de cono ejercía una extraña fascinación en mi.
A los 3/4 de hora de espectáculo, se produjo el descanso, para vender las varitas iluminadas a 3 euros, y algodón de azúcar. Las gradas se convirtieron en un calidoscópico río de luces en movimiento.
Terminó la función, los niños se fotografiaban con los payasos y jugaban entre ellos, los padres, aburridos, les metían prisa para llegar cuanto antes a casa.
El circo continuaría su función en la próxima ciudad; los niños seguirían jugando; los padres se levantarían de nuevo temprano para ir a sus trabajos.
Levanté la cabeza, y miré hacia arriba: Vi un gran agujero negro en el cielo; antes de convertirme en estatua de sal.

sábado, 5 de diciembre de 2015

La vida sigue

El anciano miraba el capullo con absoluto detenimiento. Se encontraba sentado en una silla plegable, y apoyaba un paraguas abierto sobre su hombro, a modo de sombrilla. A la tarde volví a pasar por allí, se había puesto a llover, pero el anciano seguía allí, con los ojos clavados en el capullo de rosa.
De noche, me encontraba en mi cama, dando vueltas, sin poder dormir, cuando me vino a la cabeza la imagen del anciano. Tuve un impulso irracional, me vestí, y fui al parque:¡Ahí estaba!, con un casco de minero en la cabeza, y la luz alumbrando el capullo. Estuve más de dos horas observándole desde un banco próximo, hasta que me quedé dormido.
Cuando desperté ya había amanecido. "Tendría que estar en la oficina", pensé, pero no me importó lo más mínimo, tenía la sensación de que no debía moverme de allí, algo trascendental iba a suceder en cualquier momento. Me acerqué al anciano, y miré el capullo con total atención, tal como lo hacía él. Entonces sucedió, vi como el capullo se abría, convirtiéndose en rosa, ante nuestros atónitos ojos. El anciano, con lágrimas surcando sus mejillas, me miró: "¡Es cierto!" - dijo - "¡la vida sigue!"