Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

viernes, 16 de octubre de 2015

Normalidad

La niña, con movimientos desgarbados, corrió hacia la puerta, y lamió el cristal, con las palmas de las manos pegadas a él. La madre le agarró por el brazo y se la llevó de nuevo al banco de la oficina, donde esperaba a que le tocase el turno para hacer unos papeleos. La niña empezó a dar pequeños gritos, que iban subiendo de intensidad, y cuando la madre se descuidaba, salía de nuevo hacia la puerta, o se subía al respaldo del banco.
- ¡Maite, pórtate bien! -  le regañaba su madre.
El vigilante, con gesto severo, seguía las correrías de la niña; Marta, la madre, le miraba disculpándose con una afligida sonrisa.
Una funcionaria, llevó a la niña una hoja y un rotulador, para que pintara. Maite, apoyando la hoja en el banco, pintaba de rodillas; agarraba el rotulador con el puño cerrado, y lo restregaba sobre el papel como queriendo hacerle daño.
- ¡Qué pena! - comentaban 2 mujeres al ver a la niña. Los rasgos mongoloides de su cara contrastaban fuertemente con el angelical rostro de la princesa que llevaba en la sudadera.
Otra niña, se acercó a Maite, y le dio la muñeca que llevaba para que jugaran con ella. Maite, sin mirarla, la tiró lejos y salió corriendo. La niña se puso a llorar.
- ¡Mira lo que has hecho! - le recriminó Marta tirando de su brazo. Mientras, la niña corría a brazos de su madre.
- Tranquila, no pasa nada - le dijo ésta al ver el gesto de preocupación de Marta.

Maite no entendía nada, ella sólo quería sentir en su boca el frescor de aquel diamante transparente que se elevaba majestuoso hasta el cielo, y escalar aquellas montañas de madera que se extendían ondulantes sobre pulidos campos de luz.

sábado, 3 de octubre de 2015

Fururo perfecto

Anochecía, y los zombies empezaban a salir de sus cubiles en busca de alimento. El niño recorría la aparentemente abandonada ciudad, en busca de un sitio donde colocar la bomba. Pensó que el metro sería el lugar idóneo, ya que la onda expansiva destruiría los cimientos de los rascacielos; pero también era el lugar idóneo para los "nidos", donde los zombies se escondían durante el día de la luz del sol.
Se refugió en un teatro abandonado, bajo la luz de unos focos que todavía iluminaban el escenario. Esperó hasta que llegó la madrugada, y armado de una linterna, salió a la calle. No tardó en verse rodeado de zombies. Se abrió paso entre ellos, que huían y gritaban cada vez que la luz de la linterna les daba de pleno en los ojos. Bajó la escalera del metro, hasta el piso más bajo, y adhirió el pequeño óvalo nacarado en la pared, sobre un deteriorado graffiti.

El sol artificial mantenía a los ciber-habitantes de la ciudad a una temperatura idónea, que oscilaba entre los 20 y los 22 grados. Preguntó a la primera persona que vio por el lugar donde se encontraba "La Máquina". Sabía que no levantaría sospechas, ya que , como todos los niños, su mente no estaba preparada para conectarse con "La Gran Mente". Se subió  al transporte público, que flotaba unos centímetros por encima del suelo, sin emitir ningún tipo de ruido ni residuo, y fue hasta el edificio donde le indicaron que estaba "La Máquina". Su forma era la de una gran bala plateada, donde se reflejaba el cielo sin nubes. Entró en el edificio, y colocó la bomba en el tiesto de un ficus que decoraba el vestíbulo. Los mil sensores y cámaras que registraban cada imagen y onda que surcaba la ciudad,  no la detectaría hasta que no se conectara, y ya sería demasiado tarde.

Subido a su nave espacial, el niño manipulaba los mandos del aparato con una de sus manos. La nave traspasaba la violenta tormenta de hielo sin apenas desviarse de su trayectoria. Los vientos helados que durante 40 años arrasaban aquella parte del planeta con ráfagas de 400 kilómetros por hora, habían hecho descender las temperaturas por debajo de los 60 grados centígrados, aniquilando cualquier forma de vida en su superficie. Los pocos supervivientes que quedan, tuvieron que volver a las entrañas de la madre tierra, para infra-vivir allí, hasta que su fuego se apague para siempre.
Llegó hasta la altura del volcán, y el brazo mecánico de la nave dejó caer la bomba sobre el cráter helado.

Las naves destruían los edificios con su rayos, para hacer salir a la gente. Entonces, las enormes máquina de tentáculos pegajosos los atrapaban y se los llevaban por el aire hasta las jaulas.
El niño se dejó atrapar por uno de aquellos tentáculos pegajosos, y fue llevado a las jaulas,con el resto de los humanos atrapados, hasta la nave nodriza.
Utilizando su neutralizador mental, el niño hizo que el guardián alienígena que le custodiaba, le llevara hasta la sala de máquinas, donde se encontraba el reactor nuclear. Allí fue donde colocó la bomba.

Los impresionantes muros de metal electrificado hacían infranqueable la ciudad. Detrás, los sensores explosivos, y las patrullas de soldados, protegían a la afortunada élite que vivía en un idílico paraíso, construido para ella, con las más avanzadas tecnologías.
Fuera, enormes y obsoletas fábricas, oscurecían el aire con humos tóxicos, y ensuciaban los ríos y mares con productos químicos. Alrededor de ellas, míseras chabolas donde se hacinaban las familias de los obreros, que trabajaban 12 horas al día en condiciones infrahumanas.
El niño atravesó los controles enseñando el salvoconducto. Recorrió  las impolutas calles de la ciudad, entre enormes villas con piscinas azuladas, donde hombres obesos y chicas  en bikini, se tostaban en sus hamacas, mientras los sirvientes les ofrecían cócteles y aperitivos.
Llegó hasta el centro de la ciudad, donde un frondoso parque ejercía de pulmón natural. Escogió una gran secuoya, en cuyo viejo tronco se abría una grieta, para colocar el último óvalo nacarado.

El niño observó la tierra; flotando en el espacio, azul, hermosa, perfecta,...........sola.
Sonrió,............ y apretó el botón.