Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

viernes, 24 de abril de 2015

Mundo real

Cogió el móvil con las manos temblorosas: ¡No había comentarios!, ¡Y eso que ya hacía 7 minutos que había escrito la última entrada en el faceboock!, ¡ni siquiera un me gusta! Miró nervioso alrededor; de las 12 personas que contó, 10 manipulaban absortos sus móviles, las otras 2 eran un niño de 2 años y una anciana. Volvió a mirar el móvil, ¡la pantalla estaba negra! Intentó encenderlo; nada. Se puso a sudar - "si lo acabo de cargar, no puede ser" -. Golpeó reiteradamente el botón de encendido, pero nada, el móvil no respondía.
Pasaron 3 horas; el cuerpo le temblaba cada vez con más violencia, eran casi convulsiones. Sudaba y le dolía la cabeza. Se apoyó en la pared, se le nublaba la vista; cerró los ojos, y perdió el sentido.
Cuando despertó, sintió frío, y aunque el temblor había remitido, persistía el dolor de cabeza. Buscó nervioso el móvil entre sus ropas; sintió un gran alivio al encontrarlo en el bolsillo derecho de su abrigo. Apretó el botón de encendido, y la realidad cayó de nuevo sobre su consciencia: No funcionaba.
- ¡No, no,no! - gritó, y lo arrojó con desesperación, haciéndose añicos.
En el cielo, los buitres sobrevolaban las ruinas de la ciudad.

domingo, 5 de abril de 2015

Campos de olvido

Muebles abandonados en medio de un prado, perfectamente alineados en ejes imaginarios, separados, con las puertas abiertas, los cajones sacados, las vacas pastando alrededor. Esta era la imagen que se repetía de lunes a viernes desde el asiento trasero del Renault 7 de mi padre, de camino al colegio.
Vivíamos en una barriada de edificios bajos y grises, construida al lado de la fábrica de cemento, donde trabajaba mi padre. Fue edificada para albergar a las familias de los cientos de trabajadores que en su día, entraron a trabajar en la fábrica, y que como mi padre, se habían visto obligados a salir de la capital para ganarse el sustento. Hoy en día, la mitad de las casas estaban alquiladas a inmigrantes, a causa de la crisis, que obligó a la fábrica a reducir su plantilla en tres cuartas partes. Ahora, los inmigrantes habían tomado posesión del barrio; grupos de chicos subsaharianos se pasaban el día riendo y fumando en los bancos de la plaza, mientras que las mujeres con velo, llevaban a sus morenos niños al parque.
El barrio se había convertido en un lugar extraño, ajeno, inexistente, como aquel prado donde se levantaban los muebles abandonados.

- ¡Miguel joder, no corras tanto!
José y yo bajábamos a tumba abierta con las bicicletas por las rampas del bidegorri. José se paró.
- ¡Estás loco, te vas a matar! - me gritó.
- ¡Nenaza!
Pedaleé con más fuerza, a causa de la adrenalina, que nublaba mi percepción del peligro.
- ¡Dios!, ¡pero que hace!
Cuando llegó José a mi lado, yo me encontraba tumbado sobre una bala de paja, con las manos bajo la nuca, mirando al cielo.
- ¡Has tardado! - le dije sin mirarle.
- ¡Estás completamente loco!, ¡cuando te la des, no pienso ser yo quien recoja tus pedacitos esparcidos por el suelo!
Me reí.
- pareces mi madre.
José dejó su bici junto a la mía, y saltó la valla para pasar al prado donde me encontraba.
- ¿Qué coño hacen esos muebles allí? - dijo.
- No lo se, los veo todos los días al ir al colegio. Venga, vamos - le dije, bajándome le la bala de paja.
- ¿A donde?
- Esto tiene que ser de alguien.
Nos dirigimos a un viejo caserón que había cerca. Se levantaba como un mueble más dentro del prado, con las puertas y ventanas abiertas de par en par.
- ¿Que coño haces? - me dijo José al ver que me dirigía a la puerta.
- ¡Joder! - volvió a gritar cuando me metí en la casa.
Dentro no había nada extraordinario, al contrario, reinaba cierto anodino orden, y la decoración, aunque antigua, mostraba, no buen gusto, pero tampoco malo.
- ¡Puede venir alguien, vámonos! - me gritó José, asomándose a la puerta.
Yo lo miraba todo con curiosidad, fascinación.
- ¡Aquí no hay nada que ver! - volvió a gritar, nervioso, José.
Salí de la casa.
- ¿qué diablos pensabas encontrar?
- No lo se................
El ruido de motor de un coche que se acercaba nos interrumpió. Echamos a correr por el prado. De pronto, José se quedó muy quieto, mirando el interior de unos de los armarios abiertos del prado, al que le faltaba la parte de atrás.
- ¿Qué haces? - grité.
Vi como José se metía en el armario.
- ¡Joder! - grité, y me acerqué; ¡no había ni rastro de él. Miré a través del armario, una vaca, a diez metros, me miraba rumiante.
- ¡Eh tú, que haces aquí! - escuché a mi espalda.
Salí corriendo, salté la valla, y cogí la bici. Pedaleé con todas mis fuerzas hasta llegar a casa.
Es la última vez que vi a José, o eso creo............................

- ¡Papá,papá!, ¿Qué hacen allí esos muebles?
- No lo se, llevan allí toda la vida.
- ¡Para papá, quiero jugar allí!
- Ahora no, tenemos que ir al colegio.
Miguel dejó a su hijo en el colegio, y volvió  por la misma carretera.Paró en la cuneta, al lado de una roñosa bicicleta abandonada. Saltó la valla, y deambuló entre los armarios y las vacas, como una vaca más. Se acercó al viejo caserón. No parecía más deteriorado de como lo recordaba. La puerta estaba abierta, igual que las ventanas; y entró.
- ¡Hola!
Un hombre de aproximadamente su misma edad se levantó del sillón donde estaba leyendo.
- Vaya, perdone.
El hombre le miró sorprendido.
- Es que..........he tenido un problema con el coche......y me he quedado sin batería en el móvil.........
- Si, si, claro, ahí tiene el teléfono - le dijo señalándole una mesita que se encontraba al lado de la ventana.
- Gracias.
Miguel, visiblemente nervioso, hizo como si marcaba.
- Si, hola,...........,creo que es el motor de arranque..........de acuerdo...............gracias. Bueno, listo, vendrá enseguida la grúa.
El hombre y Miguel se quedaron mirándose, como si se reconocieran de repente.
- Oiga, ¿es suyo el prado que está al lado de la casa?
- No............¿porqué?
- No, por nada,..............bueno, pues gracias por todo.
- De nada.
Miguel salió de la casa. Al volver la mirada, vio al hombre en el porche, que le saludó con la mano. Cruzó el prado, y se paró frente a un armario. Al día siguiente, el coche de Miguel seguía allí, en la cuneta, al lado de la vieja bicicleta abandonada, como un mueble más.