Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

jueves, 8 de diciembre de 2016

El viaje imaginario (4)

Saco el móvil de mi bolso e introduzco en el GPS el nombre de la calle donde se encuentra la casa desde la que me mandaron la carta. Está a dos horas y media de allí a pie. ¡No pienso coger otro taxi!, salí ileso la vez anterior, y no voy a volver a jugármela. Ni tampoco me llevarán en esos contenedores de animales que llaman autobús. Así que con la vista pegada en la pantalla del móvil, voy siguiendo las indicaciones del GPS.
Si mi mente estaba agotada por la terrible ansiedad sufrida, ahora era mi cuerpo el que no respondía, agarrotado por el esfuerzo físico realzado tras más de 2 horas de caminata. Pero había llegado hasta allí, y no desistiría ahora.¡Y lo logré!, según el GPS, me encuentro en el 224 de Fame street, ¡mi destino!
Alzo la mirada, ¡Hay un chino! No me refiero a la persona de tez amarillenta y ojos rasgados, sino a los abarrotados establecimientos de todo a 1 euro (lo que no es cierto) que regentan.
Entro y pregunto por María al hombre de origen oriental que se encuentra viendo vídeos de You-Tube  en el ordenador. Me mira con expresión pasmada y me hace indicaciones con la mano para que me dirija a uno de los estrechos pasillos con estanterías llenas de figuras de vírgenes y santos que se iluminan con pequeñas bombillas multicolores. Está claro que no ha entendido nada de lo que le he preguntado. Salgo de allí completamente frustrado.

En estado de trance, y con mi cuerpo y mi mente fundidos como un motor al que se le ha sometido a un voltaje superior, deambulo por la ciudad, hasta llegar a uno de sus antiquísimos muelles.
Allí parece que el tiempo no ha pasado, y quizás sea así, porque me siento como un niño llamando a su mamá.
Entonces una gaviota coge mi sombrero y se lo lleva volando. Por un momento, veo sin reaccionar como el ave se aleja con  mi sombrero, pero la imagen de mi incipiente calvicie como un agujero negro en medio de mi cráneo, me hace reaccionar.
Sigo a la gaviota con la vista hasta una playa próxima, en cuya orilla deja el sombrero para perseguir pequeños cangrejos con el pico.
Voy hacia allí, presintiendo que es lo único que puedo hacer. Me remango los pantalones para no mojarme los bajos  con el suspiro de las olas que mueren en la arena. El sombrero, arrastrado por el agua da vueltas y vueltas hasta quedar de nuevo atracado. hay algo, la recojo; está tapada con un corcho, y dentro hay un papel enrollado. La abro y saco el papel; es un mensaje idéntico al que me llegó a mi casa, la misma caligrafía, el mismo olor a vainilla,..........................
Me quito la ropa y la dejo cuidadosamente doblada junto a la maleta. La botella venía del mar, y hacia allí me dirijo, aunque éste trate de persuadirme embistiéndome con dulzura. Viendo mi tozudez, me engulle por completo, mientras continúo el viaje, siguiendo la cálida voz femenina que pronuncia mi nombre.

martes, 6 de diciembre de 2016

El viaje imaginario (3)

Recoger el equipaje fue una de las experiencias más traumáticas de mi vida; ver salir maletas y maletas sobre la cinta transportadora, la gente remolinándose alrededor de ellas, ¿donde estaba la mía?, ¿y si alguien la confunde con la suya?, ¿será aquella que está al lado de la roja?, ¡Dios, como pude olvidar atarle un pañuelo para distinguirla!, creo que es esa, ¡no estoy seguro!, tengo ganas de salir corriendo. En un alarde de decisión, me acerco a empujones hasta la cinta y alargo la mano para coger mi supuesta maleta; cuando la tengo ni siquiera me cerciono de que es la mía, la agarro con todas mis fuerzas y me voy lo más rápido que puedo sin mirar atrás. Una vez fuera del aeropuerto, me siento en un banco, con la maleta al lado, para recuperar el ritmo normal de mi respiración.

Miro a mi alrededor, a pocos metros hay una parada de autobús. Allí, espero unos minutos y me monto en el primer autobús que para. Le pregunto al conductor si a la estación del tren, y me responde, en castellano, muy amablemente, que me avisará cuando lleguemos allí.
Dándole las gracias. avanzo entre las personas que se encuentran en el pasillo del autobús, ante la insistencia de la persona que subía detrás mío a que me moviera. Sin alejarme mucho, me quedo encajado entre un fornido negro sudoroso, y una mujer gorda cargada de bolsas,  como si fuera una pieza de tétrix. El negro, me clava el codo en la oreja al hablar con el móvil, mientras la mujer gorda hace grandes espavientos, gritando como si estuviera en una tómbola, al charlar con la chica sentada a su lado. El olor a humanidad es insoportable; ¿Porqué diablos nadie abre la ventanilla!, ¡me estoy cociendo a fuego lento!
Veo que todas las miradas se dirigen a mi; el autobús se a parado, y el conductor me hace gestos con la mano. debe de ser mi parada, ¡por fin! Me abro paso entre la gente, que no creáis que hacen mucho esfuerzo por dejarme pasar, y disculpándome, a empujones, consigo bajar del autobús.

Efectivamente. me encuentro en la estación London Brighton, donde se coge el tren para Bridge, como me explicó el solícito conductor del autobús.
No tengo que esperar mucho, en media hora vendrá mi tren. Me siento en un banco del andén. Es extraño, pero siento que hay una fuerza que me ha guiado hasta allí, y que sigue arrastrándome por encima de mis deseos.
El tren llega puntual, por lo menos parece haber ciertas pautas lógicas dentro del desorden que me rodea.
Dentro del tren no hay asientos individuales, por lo que tengo que sentarme en uno doble, que por supuesto, tiene los dos asiento libres. Dejo mi maleta en el otro asiento, para persuadir a un posible ocupante, pero no lo consigo, ¡y eso que había más asientos libres en el vagón! Un hombre bien vestido, de unos 60 años, bajo y calvo, coge mi maleta y la sube al portaequipajes; después me da la mano y empieza a hablarme. Yo le miro, sonrío y asiento con la cabeza, así durante las 2 horas y media que dura el viaje, teniendo que sacar continuamente el pañuelo de mi bolsillo para secarme las salpicaduras de saliva de mi cara.
¡No recuerdo otra situación más incómoda en toda mi vida!, bueno, quizás cuando vino aquel vendedor de seguros a mi casa, ¡pero no duró tanto!
Al terminar aquel infierno, me ofreció su mano sudorosa y se fue casi corriendo, buscando seguramente alguna otra ingenua victima.
Completamente agotado, bajé del tren, manteniendo sin darme cuenta la estúpida sonrisa en mi rostro.


viernes, 2 de diciembre de 2016

El viaje imaginario (2)

Hasta que no cerré la puerta de mi casa no fui consciente de la trascendencia de la decisión que había tomado. Creo que estuve más de 20 minutos dándole vueltas a las llaves en mi mano antes de guardarlas en la bandolera. Al fin me acerqué al ascensor y pulsé el botón de llamada. El ruido de los motores aumentaba la ansiedad de la espera. Cuando llegó a mi altura se paró,y las puertas se abrieron. Me quedé paralizado, y cuando las puertas. se empezaron a cerrar, me abalancé precipitadamente dentro del ascensor, quedándose la maleta atrancada entre las puertas. Tiré con todas mis fuerzas, cayéndome de espaldas y golpeándome la cabeza con el suelo.En ése momento, las puertas se abrieron durante unos segundos; vi la puerta de mi casa, que fue desapareciendo de mi vista a medida de que se volvían a cerrar las puertas. No podía levantarme, ¡estaba aterrado! Cuando se volvieron a abrir las puertas, me encontraba de pie, firme, agarrando el asa de la maleta con la mano izquierda, y el jersey, bien doblado, sobre mi antebrazo, que formaba un ángulo de 90º con el tronco; ¡podría haber alguien en el portal! Salí a la calle, intentando disimular el temblor de mis piernas dando pasos rápidos y contundentes. Entonces paré; ¿hacia donde me dirigía?, ¡no tenía ni idea! Al lado de la calle donde me encontraba, en la carretera, había varios taxis estacionados; se trataba de una parada de taxis. Repasando posteriormente los acontecimientos de mi viaje, he llegado a la conclusión de que hay algo que guía nuestros pasos, llámese Dios, providencia, o destino. El hecho es que todos tenemos un camino ya trazado, y que queramos o no,seguiremos. Si no hubiera estado allí ese taxi, lo más probable es que hubiera vuelto a casa pero allí está el taxi, con el conductor dentro, y la ventanilla bajada.
 - ¿A donde le llevo?
 - Al aeropuerto, por favor.
 - ¡Volando!
No dije nada, pero ya estaba bastante asustado con tener que volar en un avión como para hacerlo en un coche,pero no lo debió decir en serio, ya que aunque iba a una velocidad endiablada, no llegó en ningún momento a despegar las ruedas del asfalto. Me dejó en la entrada del aeropuerto junto a mi maleta, y desapareció tan rápido como vino. ¿Cómo llegué al asiento de mi avión, rumbo a Londres?; ¡fue un verdadero milagro! Entre el barullo de gente que iba y venía nerviosamente entre las mastodónticas instalaciones del aeropuerto, elegí a un hombre vestido con traje y corbata, que llevaba un maletín y un bolso de viaje, y realicé exactamente los mismos movimientos que hizo él: Facturé las maletas, pasé `por los detectores, y subí al avión que me pertenecía, que milagrosamente (o no si tenéis en cuenta lo que he comentado de la providencia), era el mismo que el suyo.
Bueno, pues allí estoy, paralizado por el miedo, sentado entre dos personas de las que no soy consciente ni de su aspecto, ni de su sexo, y ni siquiera de que estén ahí. La azafata hace extraños gestos  con las manos, me tomo la pastilla, mejor dos, me pongo los cascos para aislarme, agarro con fuerza los brazos de mi asiento, alguien me pone el cinturón de seguridad, cierro los ojos, soy sólo un estómago lleno de angustia (menos mal que no he comido nada desde ayer), y grito (bueno, abro la boca sin que salga ningún sonido)
No ha sido para tanto, ¿o si? Las 3 horas que dura el viaje repaso mentalmente, con los ojos cerrados, cada uno de los pasos que realizaré cuando llegue a Londres, y los repito una y otra vez. Tengo la certeza de que si dejo de hacerlo, irremediablemente, el piloto perderá el control del avión, y nos estrellaremos contra el suelo.