Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

viernes, 6 de mayo de 2016

El Centro de Formación

Le gustaba las de Jhon Wayne. No tenía más que poner el nombre del actor en You Tube, y aparecían unas cuantas películas del mismo. Con los auriculares puestos, y recostado en la silla, se aislaba de los ruidos que conllevaba la mudanza del Centro. Después de dos años sin cursos por falta de subvención, el Gobierno Vasco lo había cedido a Educación, para trasladar allí La Escuela de la Construcción; dos años en los que los funcionarios, pasaban las 7 horas entre fichaje y fichaje, estudiando ingles, euskera, o de cháchara al lado de la máquina de café.
En el inmenso edificio, sólo quedaba Lucas, el celador, y Pili la de la limpieza. A Lucas le quedaba un año para jubilarse; le dejarían allí hasta terminar el traslado. Pili, con sus 59 años, y después de más de 20 en el Centro, prefería no pensar en su futuro.
Cuando Lucas llegaba, las puertas estaban abiertas, la alarma desconectada, y las luces sin encender. Se imaginaba al vigilante con una linterna en la mano recorriendo las estancias oscuras y silenciosas, aunque no lograba recordar su rostro.
Al rato llegaba Pili. Su voz rasposa retumbaba por los vacíos pasillos en forma de viejas canciones tradicionales. Empezaba la jornada preparando café en la cocina, y se lo tomaba parsimoniosamente con Lucas, mientras éste se quejaba de la humedad, que le producía dolor de huesos y no le dejaba respirar. Pili, con su sonrisa perpetua, le ignoraba, ya cansada de que no le hiciera caso a sus remedios caseros de cataplasmas y vahos.

Lucas se metió en uno de los baños para fumar, más que nada por si venía la responsable del traslado. Pensaba en su nieto, al que sólo veía en navidad, cuando su hijo iba a visitarle. Sacó el móvil y ojeó las fotos que tenía de él. De pronto escuchó como un llanto que venía de la ventana semiabierta del baño. Asomó la cabeza por la ventana, y vio debajo de ella a un gatito. Estaba esquelético y temblaba. Uno de sus ojos estaba rasgado por una cicatriz que le recorría el rostro hasta el cuello. Fue a la cocina, llenó un plato hondo con leche, y echó unas galletas rotas en él. Al acercarse al gatito, éste se escapó. Lucas dejó el plato en el suelo, y observó a cierta distancia como el animal se acercaba a él y lamía con desesperación su contenido. Luego fue al almacén, y con una caja y unas mantas, improvisó una cama para el gatito.

Pili ventilaba las aulas que ya llevaban más de dos años vacías. Escuchaba la radio por unos auriculares, cuando ésta se paró. Le extrañó, ya que las había cambiado las pilas hace poco. Agitó la radio como si fuera una maraca, y se quitó los auriculares al ver que seguía sin funcionar. Miró a su alrededor; se encontraba en el garaje, donde antes se impartían clases de manejo de carretillas. Escuchó un pitido intermitente; una de las carretillas se había puesto en marcha, y se dirigí hacia un grupo de palés con piedras, que se usaban para las clases prácticas. La carretilla chocó, quedándose encendidas las luces de emergencia. El sonido de su móvil le sacó de su estupor. Le llamaban de la fábrica donde trabajaba su marido; había tenido un accidente mientras manejaba una carretilla.

Deambulaba entre los pasillos, silbando, con las manos en los bolsillos, cuando dio una patada a algo que se encontraba en el suelo. Era una cartera, marrón y muy usada. La abrió; dentro había varias tarjetas, 5 euros arrugados, y una foto de su ex mujer. Se divorciaron hace 5 años. Ella estaba enferma, y Lucas le proporcionaba todos los cuidados que necesitaba cuando estaba en casa. Sin embargo, le dejó por un vigilante de seguridad, a pesar de sus 2 hijos. Al ver la foto pensó en el vigilante del Centro, la cartera debía de ser suya. La cerró con odio, y la arrojó el suelo.

Pili vació la taquilla, y metió su contenido en una bolsa grande que había traído. Salió del Centro tarareando una canción, se metió en el coche y se fue. Su marido se había quedado parapléjico en el accidente que había sufrido en la fábrica, y ella tendría que cuidarle de por vida, con las escasas ayudas que recibiría de la seguridad social.

El viejo Freud había muerto hace poco. El enorme y patoso San Bernardo de Lucas murió de viejo. Lucas fumaba asomado a la ventana de la recepción, cuando escuchó un chillido. Aguzó la vista, eran las 6 de la tarde, y ya estaba oscureciendo. Distinguió de pronto una silueta grande y desgarbada que se alejaba; se trataba de un perro enorme, que llevaba entre los dientes, muerto, a un gatito bizco.

Hacía días que no encendía el ordenador. Era el único que quedaba en todo el edificio, junto a una silla, una mesa, un teléfono, y un ordenador apagado. Lucas fumaba pitillo tras pitillo, sin importarle que pudiera aparecer nadie. Fue al servicio; escuchó música en el piso de arriba, y subió. Provenía de la sala de audiovisuales. En ella, las pantallas alineadas encima de la mesa de control, proyectaban la misma película de vídeo VHS. Se trataba de centaturos del desierto, con Jhon Wayne como protagonista. Se sentó en la oscuridad con el pitillo en la boca, y vio la película, que se proyectaba una y otra vez..........................................