Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

viernes, 4 de marzo de 2016

La ciudad de los gatos (4)

Rosa se encontraba en la puerta de la academia de inglés, estaba a punto de entrar, cuando vio el autobús parado enfrente. Estaba harta de las clases, "me manda aquí para deshacerse de mi, para que le deje en paz". Cruzó la carretera y subió al autobús, que le llevó a casa.
Subió sigilosamente las escaleras para ir a su cuarto, no quería que le oyera su madre. Entonces escuchó un grito, provenía de la habitación de su madre.
- ¡Mamá, mamá, estás bien!
Al asomarse a la habitación, vio a un gigante peludo y barbudo encima de su madre. Los dos estaban desnudos.
- ¡Rosa! - gritó Elvira apartando al gigante.
Rosa retrocedió sin entender nada, y bajó corriendo las escaleras. Elvira poniéndose una bata, salió tras ella.
La niña, con lágrimas en los ojos, corrió y corrió. Había oscurecido, y los escasos segundos entre los rayos y los truenos indicaba que la tormenta estaba encima. Empezó a llover, la niña se detuvo; enfrente suyo, vio el invernadero de cristal, fue hacia allí y entró. Elvira le vio entrar, y lo hizo a continuación.
- ¡Rosa cariño!,¡ no pasa nada!, ¡te lo explicaré!
Rosa, mojada y desconcertada, se dirigió al pozo, y se acurrucó detrás de él.
- ¡Venga princesa, hablemos!
Rosa cerró los ojos con fuerza, queriendo desaparecer para siempre. Cuando los abrió, vio al gato gordo y atigresado que le miraba con su único ojo a pocos palmos de distancia. El resto de gatos se iban acercando, rodeándola. De pronto el gato gordo maulló, lo que pareció más el aullido de un lobo, y los demás gatos se abalanzaron sobre Rosa. De un manotazo, se deshizo de un gato pardo que intentaba arañarle, se levantó y salió corriendo.
- ¡Mamá mamá!
- ¡Rosa!
Elvira corrió hacia donde provenían los gritos, y vio a su hija, que le abrazó.
- ¿Que ha sucedido? - preguntó al verle el brazo ensangrentado.
-¡Los gatos!, ¡se han vuelto locos!
Entonces vio unos pequeños luceros que se acercaban lentemente, brillando en la oscuridad.
- ¡Corre! - Cogió la mano de la niña y escaparon de allí. Un gran estruendo les sobresaltó. Al llegar a la puerta del invernadero, vieron que un roble caído ardía al otro lado atrancándola. Los felinos les rodeaban.
- ¡No te muevas! ¡no son más que gatos! - dijo Elvira para tranquilizar a la niña. Pero sentía que algo diabólico iluminaba aquellos luceros ardientes. Vio una pala apoyada en el cristal a unos metros, se acercó lentamente, los gatos le seguían con los ojos. Echó a correr y cogió la pala.
- ¡Atrás! - gritó esgrimiéndola.
Cada vez había más gatos rodeándolas, sus bocas entrabiertas mostraban sus colmillos. Un gato negro como la noche les atacó, pero de un palazo, Elvira se deshizo de él. Tropezó con algo, era un enano de jardín bastante voluminoso. Tiró la pala hacia los gatos, y cogiendo al enano de piedra lo arrojó contra el cristal, que se hizo añicos. Corrieron y corrieron sin mirar atrás, entre la lluvia, hasta llegar a casa.

Madre e hija se encontraban en la playa, disfrutando de un magnífico día soleado. Después del incidente con los gatos, decidieron irse de vacaciones unos días, las dos solas.
Elvira tomaba el sol, Rosa, a unos metros, desmigaba su bocadillo para dar de comer a las gaviotas.
- ¡ Mamá ven!, ¡mira que de gaviotas!
- ¡Ahora no Rosa!, ¡estoy descansando!
La niña frunció el ceño y tiró disgustada el bocadillo. Las gaviotas alzaron el vuelo, y empezaron a volar en círculo sobre Elvira y la niña, con una diabólica luz tras sus ojos.