Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

viernes, 29 de julio de 2016

Disneyland

Los soldados patrullaban con las metralletas en la mano alrededor de las cintas transportadoras que llevaban hasta el parque de atracciones de Disneyland. Los últimos atentados habían provocado la movilización de las tropas en aquellos lugares susceptibles de perpetrarse uno de ellos.
Sus bisoños rostros disfrazados de aplomo ponían en entredicho la eficacia de la medida. Se trataba más que otra cosa, en un golpe de efecto para tranquilizar a los numerosos visitantes del parque.
Era extraño ver a los soldados armados desfilando entre las princesas de cartón y la ensoñadora música de películas. "Tranquilos, estamos aquí para proteger vuestro mundo", parecían decir; ¡pobres chiquillos ataviados de hombres!
Números, son números los que se deslizan sobre la cinta transportadora hacia la caja registradora, hacia listas y estadísticas, donde imprimen su rostro risueño regado en sangre.
Los cuerpos caen al vertedero después de arrancarles el corazón, cuerpos con fecha de caducidad.
La maquinaria funciona a pleno rendimiento, sólo los ángeles sobreviven al impacto; saben que sus alas son de verdad.
Entramos al parque por un gran portal cuya fachada simula a un elegante hotel de la Belle Epoque, y en ella nos sumergimos al pasear por la avenida entre jazz, restaurantes, boutiques y glamurosos fantasmas encorsetados que parpadean como hologramas defectuosos.
Subimos las escaleras del Palacio activando las fuentes con nuestros pies, y entramos allí donde el tiempo se detiene y todo lo que ha sido y será se hace real.
Los muñecos bailan y cantan a nuestro alrededor, todo está bien ; recibimos nuestra dosis de felicidad.
- ¡Porqué murió mi hija! - le pregunto a La Princesa.
- ¡Pero qué pillín! - me dice con su sonrisa perfecta.
- ¡porqué el cáncer invadió su frágil e inocente cuerpecito!
- ¡ Uy, que cosas dices! - me responde moviéndose con gráciles gestos.
La estrangulo con mis manos; no deja de sonreír, y se vuelve espuma, como todo lo que le rodea.
¡Sopla, sopla!, aleja la niebla y los fantasmas dejando al descubierto torsos desnudos, sudorosos, sangrantes.
El soldado dispara, siento las balas perforando mi pecho, mi cara, mis piernas. Esta noche no dormirá pensando en el cuerpo ensangrentado tirado en el suelo; lástima que no haya visto la sonrisa en mis labios.