Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

viernes, 26 de diciembre de 2014

Plácido (parte 2ª)

Hace 2 años.

La corpulenta figura de Plácido subía con seguridad la escalera de mano, ante la atenta mirada de los niños. Al llegar al tejado, sacó con una mano la escoba que llevaba en la parte posterior del cinturón, a modo de cimitarra, mientras agarraba con la otra la escalera. Con un diestro movimiento de escoba, empujó el balón que se había quedado en el canalón hacia el patio, entre los gritos de júbilo de los niños. Cuando bajó de la escalera, los niños ya estaban jugando de nuevo con el balón. Estuvo un rato observándolos.
Las clases ya habían terminado, y Plácido recorría los vacíos pasillos que separaban las aulas hasta el cuarto de mantenimiento. En una de las aulas, un chico, tumbado prácticamente sobre la silla del pupitre, sostenía aburrido un libro delante de él.
- ¿Otra vez castigado? - le preguntó Plácido desde la puerta. Rubén, que así se llamaba el chico, se incorporó sorprendido.
- ¡Eres tú! - le respondió con desdén.
- ¿Qué has hecho esta vez?
- Me he peleado.
- ¿Les has avisado a tus padres?
- Para que...........
- Llegarás tarde a casa.
Rubén se volvió a recostar sobre la silla, sin responderle.
Plácido se cambió de ropa en el cuarto de mantenimiento, guardó el buzo en la taquilla, cogió el macuto, y salió del edificio. En el patio, sólo quedaban los chicos del equipo de baloncesto, corriendo alrededor del campo de basquet. En las gradas, con un pitillo en la boca, Rubén escuchaba músico por unos auriculares.
- ¿Todavía sigues aquí? - le dijo Plácido sentándose a su lado.
- No tengo nada mejor que hacer.
Se quedaron en silencio. En el patio, el entrenador azuzaba a sus jugadores:
- ¡Menos charla y más correr, parecéis niñas!
Estaba oscureciendo, la fría noche empezaba a asomarse.
Plácido, hurgó en su macuto y sacó algo.
- Toma - le dijo ofreciéndoselo.
Era un pajarito de aluminio. El chico lo miró sorprendido. Estaba hecho al detalle: Con su pico, sus ojillos negros, las alas amarillas, las patitas,.............
- ¿Lo has hecho tú?
- Si, y mira - lo volvió a coger, y dio vueltas a una pequeña cuerda que tenía la lado de la cola. Luego lo puso en el suelo, y el pajarito empezó a andar y a mover las alas mientras piaba.
- ¡Ala.....! - gritó Rubén. Se quedaron mirándolo hasta que paró.
- Es un canario - le dijo Plácido - te lo regalo.
- ¡Gracias tío!, ¿cómo lo has hecho?
- Nada,............, con latas y aparatos que encuentro en la basura. Aunque cada vez es más complicado con esto del reciclaje................
-¡Es genial!
- Tengo que irme.
Plácido se fue a su casa, mientras Rubén se quedaba  ensimismado en la grada mirando como el pajarito movía sus alas y piaba intentando volar.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Plácido (parte 1ª)

Plácido esperaba en la parada del bus a que llegara el B7. Sentada a su lado, la adolescente de mallas rojas y deportivas entretejía su propio mundo con los dedos, a través del móvil. Plácido miraba sus tersos muslos, montado uno sobre otro, y el pie balanceándose de la muchacha. No pudo evitar fijarse en sus diminutos pechos, ni en la protegida capilla de su entrepierna. El autobús llegó bufando, pariendo y tragando, como en cada parada. Se sentó en el asiento especial, destinado a los "no normales" (gordos), "no útiles"(viejos), e "intocables"(embarazadas). Le parecía que en cualquier momento, se abriría una trampilla bajo sus pies, para librar de su carga a la sociedad.
Llegó pronto a la oficina de empleo. A través de las puertas acristaladas, podía ver los rostros soñolientos y resignados de los funcionarios alrededor de la máquina de café, los mismos que veía en la cola en la que esperaba; la puerta no era más que una frontera imaginaria entre dos prisiones diferentes. Se le acercó un hombre alto y fuerte, que le agarró por los hombros con sus grandes manos.
- ¡Hombre plácido!, ¡Qué andas!
- Toca fichar.
- Tienes buen aspecto.
- Tú también.
- ¡Va!, harto de que te mangoneen con contratos basura de un día. Ya nadie se arriesga, ¡con la que está cayendo!, o eso dicen. Yo no me creo nada. Para mi que es todo un invento para tenernos a todos bien cogidos de los huevos. ¡Pero para huevos los míos!
Plácido asentía sonriente ante la avalancha de palabras que caían en sus oídos, una tras otra, como fichas de dominó.
- ¿Y tu que te cuentas? - dijo para tomar aire.
- Pues nada nuevo,..........
- ¡Joder!, ¡mírales, tomando su cafecito, con sus culos bien calientes en la poltrona!, - dijo señalando con la cabeza a los funcionarios -¡ y encima te tratan como a una mierda!
- No todos..............
- ¡Quien coño se creen que son!, ¡les daba por culo a todos!
Eran las 9; el vigilante abrió las puertas, y dio los buenos días cortésmente, evitando que el caos se desatara.
Cándido se sentó en la silla, enfrente de la mesa de la orientadora.
-¿Qué tal Plácido? - le preguntó mientras consultaba los datos en el ordenador: Nombre, edad, DNI,.....- ¿Empezaste a ir al curso de informática?
- Si.
- ¿Y que me cuentas?
- Bueno, no me entiendo bien con la tecnología, la verdad, pero bueno, ha sido interesante.
- Hoy en día es necesario saber manejarse con los ordenadores para cualquier empleo.
- Es que lo que no se puede tocar con las manos es difícil de entender.
- Quedamos en que tenías que ampliar tu formación si queríamos acceder a otro tipo de trabajos distintos a los que podías optar hasta ahora.
Plácido se quedó callado mirando al suelo.
- Yo sólo quiero trabajar en mantenimiento, con las cosas si que me llevo bien.
- Ya, ya, pero mientras no lo consigas, tendrás que seguir formándote. Mira, hay un curso de diseño por ordenador que podría ser interesante.
Cada palabra hacía más evidente la brecha entre dos continentes a la deriva.

Estaba nublado, pero de vez en cuando, el viento abría claros en el cielo por donde se colaba algún rayo de sol. Plácido se sentó en el banco de costumbre, el que daba al lago del parque. Era como asomarse a una ventana. Sacó media barra de pan duro, una botella de leche de la que quedaba un cuarto de litro, y un cuenco vacío. Echó la leche en el cuenco, y desmigó el pan en él. Después metió sus dedos (demasiado estrechos para unas manos tan grandes) en el cuenco y formó una masa con el pan desmigado y leche, que extendió sobre el verde cesped que tapizaba el suelo desde el banco hasta el lago. Los gorriones fueron los primeros en acudir, seguidos por los tarines y algún jilguero. Los petirrojos observaban curiosos, como siempre. Al rato llegaron las palomas, espantando a los demás pájaros, pero éstos, les quitaban las migas antes de que sus picos llegaran al suelo. Plácido disfrutaba viéndoles competir, y sobre todo con sus cantos, que tan bien conocía.