Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

viernes, 5 de septiembre de 2014

Fidelidad

El hombre corría encorvado, impulsándose en el suelo con las manos. La adrenalina mantenía en máxima alerta todos sus sentidos. Se escondió detrás de unas rocas; estaba agotado. El dientes de sable se paró cerca de él, olisqueó el aire; el viento le llevó hasta su nariz el olor del miedo. El hombre salió de su escondite, y corrió. Llegó hasta una pared de piedra que le impedía continuar. Miró nervioso hacia ambos lados; otras dos inmensas paredes de piedra le flanqueaban; estaba atrapado. Dio media vuelta, pero el dientes de sable se precipitaba hacia él  extendiendo sus zarpas.
El hombre, con ágiles movimientos, se encaramó a la pared, hasta una pequeña repisa. El felino, saltaba y  rugía intentando coger a su presa, pero viendo lo vano de su empresa, esperó pacientemente a que el hombre cayera, como fruto maduro. Pasó el tiempo, un cosquilleo empezó a recorrer las piernas del hombre, por la forzada postura que mantenía. Mientras, el gran gato paseaba inquieto de un lado a otro de la pared, sin perderle de vista. Se hizo de noche, el hombre podía distinguir la impresionante figura del depredador, y sus ojos brillando en la oscuridad. Se le caían los párpados, el cansancio y el sueño reclamaban su cuerpo tensado por el miedo. Golpeó su cabeza contra la piedra, salpicando de sangre la pared. El dolor le reanimó.
La interminable noche, empezó a ceder al impulso de la mañana, que empezaba a clarear el día. El hombre no sentía las piernas, el dolor de cabeza embotaba sus sentido, estaba mareado. Miró hacia abajo: El gran gato seguía allí; se estiró y reanudo sus paseos ante la pared. De pronto apareció un perro olisqueando el suelo. El dientes de sable le miró amenazante; estaba ambriento, y la tersa carne del can le hizo cambiar de objetivo. Se volvió hacia el perro, y de un salto, le acorraló contra la pared. Sucedió entonces algo increíble; El hombre saltó sobre el felino, y golpeó su cabeza con todas sus fuerzas, dejándolo atontado, y aprobechando su aturdimiento, atravesó su blando vientre con una rama que cogió del suelo. Un rugido aterrador estremeció el bosque. El gran gato, ovillado, se lamía el vientre entre maullidos, asustado ante la proximidad de la muerte.
El perro se acercó tembloroso al hombre, que permanecía tumbado con los ojos clavados en el cielo. Le miró y le lamió la cara.
El perro y el hombre, compartieron la carne del dientes de sable, y vestido con su piel, el hombre fue en busca de su destino, acompañado por un fiel compañero de viaje.