Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

viernes, 22 de agosto de 2014

El bofetón

Me estaba afeitando en el baño, se me hacía tarde, y con la cabeza puesta en mis próximos movimientos, la navaja torció su trayectoria para introducirse en mi carne. Oí unos fuertes ruidos, y me asomé al pasillo taponando la herida con el dedo; era  Rubén, mi hijo, que saltaba encima de la mesa de la sala.
- ¡Rubén, baja de allí!
El niño siguió saltando encima de la mesa, siguiendo la premisa infantil de que todo es juego.
- ¡Estás sordo o que! - volví a gritar.
Maldiciendo, fui a la sala, dejando un rastro de animal herido; agarré al niño por el brazo, y lo bajé bruscamente de la mesa.
- ¡Qué no te vuelva a ver subido a la mesa!, ¡entendido!
- ¡Papá, estás sangrando! - sus ojillos curiosos, miraban atónitos el hilillo de sangre que empapaba el cuello de mi camisa.
- ¡Lo se!
En cuanto me di la vuelta para volver al baño, ya estaba de nuevo encaramándose a la mesa.
- ¡Maldita sea! - exclamé. Le bajé zarandeándolo, y le arreé un buen bofetón. Se quedó como paralizado, y de repente, ¡rompió a llorar como si le hubieran arrancado el alma!
La verdad es que me pasé, ¡estaba muy nervioso! En su inflado y rojizo carrillo, quedaron impresas las huellas de mis cinco dedos, ¡incluido el anillo!
- ¡Dios mío! - exclamé. Tenía que hacer algo, era lunes, y debía llevar a Rubén con su madre; el juez dictaminó que sólo podía estar con él  el 2º fin de semana de cada mes, por toda esa mierda de la bebida y el juego. Menos mal que hacía un frío que pelaba, y vestí al niño de forma que sólo se veían sus vivos ojillos entre el abrigo, la bufanda, los guantes y el gorro.
Todavía sollozaba débilmente cuando le arrastré calle arriba, hacia la casa de Teresa, su madre. Al llegar, toqué el timbre. Antes de que abriera, bajé  la bufanda por el carrillo izquierdo: -¡Mierda! - exclamé, allí seguía la huella, que parecía palpitar, aunque sabía que era mi corazón el que se desbocaba. Subí la bufanda apresuradamente.
- Llegas tarde - dijo Teresa al abrir la puerta -, ¡como siempre!
- Si, perdona, ando muy liado. Hasta luego.
Me di la vuelta sin ni siquiera mirarle. Desde luego, las cosas no habían terminado muy bien entre los dos. Me fui al  bar más próximo y pedí whisky. Era temprano, pero no quería volver a casa, sabía lo que me esperaba al llegar. Me lo tomé despacio, con la mirada perdida, como si estuviera en "el corredor de la muerte", pasando los últimos momentos antes de la ejecución.
En el portal de mi casa, me esperaban 2 agentes.
- ¿Es usted Antonio García? - Me preguntó uno de ellos. Asentí con la cabeza.
- Acompáñenos por favor.
Teresa no había tardado ni un suspiro en llamar a la policía después de quitarle la bufanda a Rubén.
Tuve que pagar una multa de 2000 euros, y tengo que realizar servicios sociales en los jardines de la ciudad, que me dejan exhausto; pero lo que no puedo soportar por más tiempo, son las brutales palizas que me dan a diario en el curso de "control de la agresividad" al que me obligan a asistir; ¡Y me quedan nueve meses!

sábado, 16 de agosto de 2014

La tribu perdida

Ocurrió por las buenas; aunque nada ocurre por las buenas; la electricidad dejó de fluir en todo el mundo. Los científicos buscaron la causa; llegaron a la conclusión de que los átomos habían perdido la capacidad de transmitir la energía. No comprendían cómo el resto de las propiedades de la materia seguían intactas.
Las consecuencias fueron fulminantes; el gobierno perdió la capacidad de control sobre la población, por lo que los estados desaparecieron. Poco a poco, las personas se fueron organizando de una forma más humana y efectiva, basándose en principios solidarios, y no competitivos. Fue un proceso difícil y doloroso, pero necesario.

El clérigo avanzaba por la selva siguiendo a los soldados, que espada en mano, se abrían paso entre la espesa vegetación. La sotana hecha jirones, y pegada al cuerpo por el sudor, le irritaba la piel, ya de por sí acribillada por los aguijones de los insectos. Las yagas de los pies producidas por las tiras de cuero de las sandalias, hacían de cada paso un tormento. Sólo su alma se mantenía altiva, por la fe que procesaba.
- ¡Aquí están! - grito uno de los soldados.
Ante sus ojos, se extendía un poblado de chabolas de madera. Los indígenas les recibieron con cordialidad, con una sonrisa permanente en la boca. No parecía existir ningún tipo de jerarquía social ni religiosa, y sin embargo, emanaba orden y paz en todos sus actos.
Mientras bebían y comían excelentes manjares, el cura y los soldados charlaban animadamente, contagiados por el espíritu festivo que reinaba.
- ¿Es ésta la tribu que quedaba por contactar?
- Así es.
- Pues es raro que no nos hayan recibido a pedradas éstos salvajes.
- Si, es cierto, pero no dejan de ser pobres criaturas descarriadas a las que hay que civilizar y conducir por los caminos de la fe y el amor a Dios.
Pasada la medianoche, el cura se levantó para estirar las piernas. Le llamó la atención una chabola más grande que el resto. Al entrar, vio una especie de altar a la luz de una antorchas. "Seguro que ofrecerán sacrificios humanos a algún terrible y monstruoso dios" - pensó escandalizado. El altar consistía en una mesa con un gramófono. Se acercó extrañado al extravagante objeto, sin comprender su utilidad. "Debo ser obra del diablo". Su curiosidad le llevó a girar la manivela del gramófono, creyendo que era la forma de hacerlo funcionar; las primeras notas de la 9ª sinfonía de beethoven salieron del altavoz, llenando de solemindad la estancia, ante la atónita expresión del monje.

domingo, 3 de agosto de 2014

Y se fue..........

Y se fue............
El día anterior discutimos, lo de siempre; odio que me hagan sentir culpable por ser como soy. Me cabreé mucho con ella, y me fui a la cama sin despedirme. Por la mañana, la dejé dormida en la cama, y me fui a trabajar. Al regresar, ya no estaba, se había llevado todas sus cosas, y la casa parecía vacía.
La busqué por los lugares que frecuentábamos; el Be-Bop, donde pasamos tantas veladas de jazz y cerveza, el wook donde comíamos a menudo; le encantaba la comida china. En el Be-Bop, el camarero me dijo que la vio hace poco. Estaba sola, se sentó en la mesa de siempre, y pidió un whisky. Se le veía como abstraída, concentrada en hacer tintinear los hielos en el vaso; hasta que se derritieron.
Por el wook también pasó, pero me dijeron que apenas comió, y ni siquiera pidió la salsa de ostras que tanto le gustaba.
Me di cuenta que apenas sabía nada de ella. No tenía móvil, y apenas me habló de su familia o de sus amigos. Sólo sabía que daba clases de yoga en el polideportivo. Allí la conocí. Llevaba una mala racha, y decidí apuntarme a unas clases de yoga, por hacer algo distinto. Nada más verla, quedé prendado. Parecía formar parte del mundo, de una forma natural, dejándose llevar, encajando en cada situación como un puzzle.
En el polideportivo, hablé con Luis, el conserje, un tipo agradable, que habla por los coros. Me enteré que habían suspendido las clases por falta de presupuesto. Ella no le dio mucha importancia; un día fue, se despidió de todos, cogió sus cosas, y ya está.

¿Y ahora qué? Sólo me ha quedado de ella un puñado de fotos, y sus zapatillas de casa. Tengo la sensación de que algo irremediable ha sucedido, y no me he enterado.

No volví a verla, pero desde que se fue, sufrí varios infartos; ¡a mi edad! Y es que según me diagnosticó el médico, una parte de mi corazón está muerta.