Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

lunes, 15 de febrero de 2016

La ciudad de los gatos (1)

Estaba agotada, las tormentas de anoche sólo habían conseguido elevar la humedad del ambiente, y cualquier esfuerzo físico suponía el gasto inmediato de las escasas fuerzas que le quedaban.
Se sentó en un banco, todavía le quedaban 2 horas de trabajo. Pensó en su hija, en las continuas quejas de su madre por tener que cuidarle, en cómo conseguir más casas para limpiar, la ropa para planchar que se acumulaba en el cubo............... Se le puso un fuerte dolor en el pecho; se asustó, le costaba respirar. Con la mano temblorosa, sacó un botellín de agua del bolso, y bebió; luego intentó respirar hondo. Era el segundo ataque de ansiedad que sufría ése día.

-¿Cómo estás? - le preguntó el siquiatra.
- Bien, a parte de los dolores en el pecho estoy bien.
- ¿Hay algo que te preocupa?
- No.............bueno, lo de siempre, si me llegará el dinero, el trabajo, que sería de mi hija si ,me pasara algo.........
- Ya sabes que esos miedos son los que causan la ansiedad, y que la mejor forma de relativizarlos es haciendo cosas que te gustan, centrando tu atención en ellas.
- Ya, ya, peo no tengo tiempo para nada, tengo que trabajar como una mula para sacar adelante a mi hija, y pagar el piso.
-Ya hemos hablado de eso otras veces, no se trata de lo que haces, sino de la actitud que tienen mientras lo haces.........
Las palabras del psiquiatra sonaban vacías en la cabeza de Elvira, igual que su actitud, como un eco que rebota y rebota sin fin.
- Tendremos que subir la medicación - escuchaba Elvira a lo lejos.
Al salir de la consulta, entró en una farmacia, y compró las pastillas. Al cruzar por el puente que cruzaba el río, se paró, miró sin verla la corriente marrón, miró las pastillas que todavía tenía en la mano, y vació el bote sobre el río.

Cuando llegó a casa de su madre, ya eran las 9. La luz se despedía del día, dejando un rastro de oscuridad.
- ¡Qué tarde llegas! -  le dijo su madre nada más entrar por la puerta.
- El trabajo.....
- Trabajas demasiado.
- ¡Mamá no empieces!
- Claro, pero la que se tiene que ocupar de tu hija soy yo.
- ¡Mami, mami! - Rosa, la hija de Elvira, se le abalanzó agarrándole por la cintura.
- ¡Princesa, que tal mi amor!
- La abuela me ha puesto espaguetis con tomate para cenar.
- ¡Jo que suerte!, venga, vamos a casa que es tarde. Bueno mamá, mañana te la traigo a la misma hora.
- Si si, pero procura venir antes, que yo también tengo cosas que hacer.
Elvira cogió a la niña de la mano y bajó corriendo las escaleras para no perder el autobús.
Ya en él, se sentaron en la parte trasera, donde el calor del motor caldeaba el ambiente.
- Mami, ¿cuando vas a comprarme el gato?
- Te he dicho que nada de gatos, cuestan mucho dinero.
- ¡Pero si en la protectora de animales te los dan gratis!
- De gratis nada, que luego hay que vacunarlos, esterilizarlos, y no se cuantas cosa más.
- ¡Me lo prometiste!
- Ya...........pero han cambiado las circunstancias, y ahora no podemos permitírnoslo. Tendría que trabajar más..............
- ¡Siempre estás trabajando!
- ¡Ya vale!, ¡no hay gato y se acabó!
El resto del viaje prosiguió en silencio; el silencio de la impotencia, y el de la incomprensión. Silencios que forjan actitudes; actitudes que crean vidas.

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