Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

martes, 6 de diciembre de 2016

El viaje imaginario (3)

Recoger el equipaje fue una de las experiencias más traumáticas de mi vida; ver salir maletas y maletas sobre la cinta transportadora, la gente remolinándose alrededor de ellas, ¿donde estaba la mía?, ¿y si alguien la confunde con la suya?, ¿será aquella que está al lado de la roja?, ¡Dios, como pude olvidar atarle un pañuelo para distinguirla!, creo que es esa, ¡no estoy seguro!, tengo ganas de salir corriendo. En un alarde de decisión, me acerco a empujones hasta la cinta y alargo la mano para coger mi supuesta maleta; cuando la tengo ni siquiera me cerciono de que es la mía, la agarro con todas mis fuerzas y me voy lo más rápido que puedo sin mirar atrás. Una vez fuera del aeropuerto, me siento en un banco, con la maleta al lado, para recuperar el ritmo normal de mi respiración.

Miro a mi alrededor, a pocos metros hay una parada de autobús. Allí, espero unos minutos y me monto en el primer autobús que para. Le pregunto al conductor si a la estación del tren, y me responde, en castellano, muy amablemente, que me avisará cuando lleguemos allí.
Dándole las gracias. avanzo entre las personas que se encuentran en el pasillo del autobús, ante la insistencia de la persona que subía detrás mío a que me moviera. Sin alejarme mucho, me quedo encajado entre un fornido negro sudoroso, y una mujer gorda cargada de bolsas,  como si fuera una pieza de tétrix. El negro, me clava el codo en la oreja al hablar con el móvil, mientras la mujer gorda hace grandes espavientos, gritando como si estuviera en una tómbola, al charlar con la chica sentada a su lado. El olor a humanidad es insoportable; ¿Porqué diablos nadie abre la ventanilla!, ¡me estoy cociendo a fuego lento!
Veo que todas las miradas se dirigen a mi; el autobús se a parado, y el conductor me hace gestos con la mano. debe de ser mi parada, ¡por fin! Me abro paso entre la gente, que no creáis que hacen mucho esfuerzo por dejarme pasar, y disculpándome, a empujones, consigo bajar del autobús.

Efectivamente. me encuentro en la estación London Brighton, donde se coge el tren para Bridge, como me explicó el solícito conductor del autobús.
No tengo que esperar mucho, en media hora vendrá mi tren. Me siento en un banco del andén. Es extraño, pero siento que hay una fuerza que me ha guiado hasta allí, y que sigue arrastrándome por encima de mis deseos.
El tren llega puntual, por lo menos parece haber ciertas pautas lógicas dentro del desorden que me rodea.
Dentro del tren no hay asientos individuales, por lo que tengo que sentarme en uno doble, que por supuesto, tiene los dos asiento libres. Dejo mi maleta en el otro asiento, para persuadir a un posible ocupante, pero no lo consigo, ¡y eso que había más asientos libres en el vagón! Un hombre bien vestido, de unos 60 años, bajo y calvo, coge mi maleta y la sube al portaequipajes; después me da la mano y empieza a hablarme. Yo le miro, sonrío y asiento con la cabeza, así durante las 2 horas y media que dura el viaje, teniendo que sacar continuamente el pañuelo de mi bolsillo para secarme las salpicaduras de saliva de mi cara.
¡No recuerdo otra situación más incómoda en toda mi vida!, bueno, quizás cuando vino aquel vendedor de seguros a mi casa, ¡pero no duró tanto!
Al terminar aquel infierno, me ofreció su mano sudorosa y se fue casi corriendo, buscando seguramente alguna otra ingenua victima.
Completamente agotado, bajé del tren, manteniendo sin darme cuenta la estúpida sonrisa en mi rostro.


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