Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

sábado, 16 de agosto de 2014

La tribu perdida

Ocurrió por las buenas; aunque nada ocurre por las buenas; la electricidad dejó de fluir en todo el mundo. Los científicos buscaron la causa; llegaron a la conclusión de que los átomos habían perdido la capacidad de transmitir la energía. No comprendían cómo el resto de las propiedades de la materia seguían intactas.
Las consecuencias fueron fulminantes; el gobierno perdió la capacidad de control sobre la población, por lo que los estados desaparecieron. Poco a poco, las personas se fueron organizando de una forma más humana y efectiva, basándose en principios solidarios, y no competitivos. Fue un proceso difícil y doloroso, pero necesario.

El clérigo avanzaba por la selva siguiendo a los soldados, que espada en mano, se abrían paso entre la espesa vegetación. La sotana hecha jirones, y pegada al cuerpo por el sudor, le irritaba la piel, ya de por sí acribillada por los aguijones de los insectos. Las yagas de los pies producidas por las tiras de cuero de las sandalias, hacían de cada paso un tormento. Sólo su alma se mantenía altiva, por la fe que procesaba.
- ¡Aquí están! - grito uno de los soldados.
Ante sus ojos, se extendía un poblado de chabolas de madera. Los indígenas les recibieron con cordialidad, con una sonrisa permanente en la boca. No parecía existir ningún tipo de jerarquía social ni religiosa, y sin embargo, emanaba orden y paz en todos sus actos.
Mientras bebían y comían excelentes manjares, el cura y los soldados charlaban animadamente, contagiados por el espíritu festivo que reinaba.
- ¿Es ésta la tribu que quedaba por contactar?
- Así es.
- Pues es raro que no nos hayan recibido a pedradas éstos salvajes.
- Si, es cierto, pero no dejan de ser pobres criaturas descarriadas a las que hay que civilizar y conducir por los caminos de la fe y el amor a Dios.
Pasada la medianoche, el cura se levantó para estirar las piernas. Le llamó la atención una chabola más grande que el resto. Al entrar, vio una especie de altar a la luz de una antorchas. "Seguro que ofrecerán sacrificios humanos a algún terrible y monstruoso dios" - pensó escandalizado. El altar consistía en una mesa con un gramófono. Se acercó extrañado al extravagante objeto, sin comprender su utilidad. "Debo ser obra del diablo". Su curiosidad le llevó a girar la manivela del gramófono, creyendo que era la forma de hacerlo funcionar; las primeras notas de la 9ª sinfonía de beethoven salieron del altavoz, llenando de solemindad la estancia, ante la atónita expresión del monje.

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